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La Vieja Comuna

Por: L.F. Nikho

Pg. 2

Opinión

Hace unos treinta o cuarenta años, lo que hoy es conocido como la comuna San José, en aquel entonces llamada Comuna dos, apenas despuntaban los albores de una ciudad pujante y emprendedora; muchos de los barrios que la conforman, apenas tenían vestigios de camino ya que las callejuelas empedradas eran la ruta por la que transitaban algunos carros, carretillas y personas yendo o viniendo de sus rutinas diarias.

En las noches, debido a las bombillas ya un poco anticuadas de los postes de madera, apenas podía distinguirse el entorno arquitectónico de las pequeñas casas un tanto desvencijadas, que se apiñaban unas contra otras o que colgaban en los barrancos como cajas de cartón.  Los senderos conjugaban una especie de ambiente veredal junto al sonido de los grillos y de las ranas, a pesar de que siendo barrios periféricos, pertenecían a la ciudad propiamente dicha.

Tal vez en aquel tiempo no existía la internet ni los juegos de video, a duras penas, el vecino de mejor capacidad económica tenía un televisor en blanco y negro y alguna radiola para escuchar a Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo o sintonizar la voz de los fundadores, todelar o cualquier emisora de mayor prestigio; tal vez las tablets, los celulares o los aipadds no le quitaban el sueño a las personas, pero los abuelos se ensimismaban con las radionovelas de Kalimán, Arandú y todas esas especies raras que sólo están en la memoria de nuestros padres o de los mismos abuelos.

Todo era diferente: los ladrones bajaban corriendo con las cadenas porque se creían buenos atletas, es decir, arrebataban el producto y salían corriendo como alma que lleva el diablo, pero no apuñalaban a sus víctimas ni les daban un tiro en la cabeza por llevar o no llevar algo en los bolsillos.  Los marihuaneros, sólo eran eso: marihuneros, no consumidores depresivos al punto de la degradación social que en otras palabras menos formales son conocidos como gambas, criminales y asesinos.

Uno podía transitar a media noche por el parque San José, sin el temor y la esquizofrenia infundada de los días de hoy, y era un espectáculo ver la fuente con diferentes luces de colores que hacían irradiar los chorros acompasados del agua; los árboles inmensos que se mecían con el viento y alguno que otro vecino escuchando música con la ventana abierta mientras se fumaba algún cigarrillo.

También se podía ver a los niños de ese tiempo que tal vez somos nosotros, jugando con ruedas apostando carreras por el camino de cascajo y tierra que descendía al barrio galán, cuya particularidad es que es un barrio sin cuadras ni manzanas, como es el común de casi todos los barrios, y que se alarga por cerca de un kilómetro o algo más, con casas a lado y lado de la carretera en una suerte serpenteada que parece una vereda.

Claro, no hay que olvidarse de los crudos inviernos y las borrascas de mayo, y los derrumbes que de alguna forma hacían famosa a la comuna dos porque a raíz de los desastres invernales, se daba el pantallazo con las noticias nacionales; lástima que sólo fuera por las nefastas calamidades que se solían predecir con antelación por el abandono y olvido que, como en muchos lugares del mundo se tiene.

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